Desembocadura de Jökulsá i Loni. Al fondo, Vastrahorn
El título de cada una de estas jornadas islandesas
viene a sintetizar o a poner en relieve un hito o un lugar o un momento o unas
sensaciones. Acomodarle una etiqueta a
la jornada décima ha sido difícil: no sé
el nombre del cañón de aguas heladas y colores increíbles que recorrimos a pie
(tal vez Lambafell o Stafefell), las vistas de los últimos
tramos del río Jökulsá i Loni fueron
sorprendentes y Vestrahorn, aquella
tarde luminosa, tenía esas majestuosidad inefable que solo se da en los
paisajes mágicos. Quede como título,
pues, el nombre del río que de alguna manera une esos tres espacios.

Dejamos atrás Berunes con su casa típica islandesa,
su pequeña iglesia, su cementerio familiar y su playa y bordeando el Berufjörður proseguimos rumbo al
sur. Pronto dos paradas: la primera en una pequeña bahía entre nieblas
con un puerto abandonado y un hito que recordaba a una fotógrafa pionera en las
fotos de paisajes islandeses y la segunda por una manada de renos a pocos
metros de la carretera. Habíamos
preguntado al guía si veríamos renos por esa parte de la isla que es su hábitat
más habitual y nos dijo que probablemente no, por la fecha, porque no nos
desviaríamos de la carretera y porque son reservados en sus costumbres. Pero allí estaban entre vigilantes y
recelosos. Con mucha precaución
conseguimos acercarnos lo suficiente como para no molestarlos y poder tomar
alguna foto.

El café y las compras del día fueron en Djúpovogur, un pueblo no muy grande,
pero con todos los servicios y un pequeño puerto. La cafetería se adornaba con una colección
exhaustiva de magníficas fotos de aves nórdicas y algunas de paisajes
costeros. Entre las fotos y el hecho de
que por el mismo precio se pudiera repetir café, que no estaba malo, y que, de
paso, te calentaba las manos, hicieron que nos demoráramos un rato antes de
vagar un poco por los alrededores del puerto.
Después, en ruta paramos en otra playa de roca de
lava de colores, arenas negras aves marinas,
pero llovía, llovía de nuevo y las nubes bajas te robaban el paisaje por
lo que seguimos en coche bordeando la costa y dejando atrás los fiordos.
En Stafafell
dejamos la Hringugurinn (carretera
circular uno) y nos adentramos por la derecha en el cauce del Jökulsá i Loni, río que toma sus aguas
del deshielo del Vatnajökul. Un par de
kilómetros más arriba dejamos el coche y provistos de mochila y ropa
impermeable, nos echamos a andar.
Tomamos a la derecha el cauce de un afluente que bajaba entre piedras
crecido por el deshielo por lo que pronto tuvimos que vadearlo. Algo más arriba lo dejamos y subimos laderas
a la derecha en dirección este. Cruzamos
varios arroyos que bajaban de las montañas cubiertas de nieve que se alzaban a
nuestra derecha y ríos que corrían por la izquierda. Andábamos sin caminos, campo a través como
siempre entre sauces lanudos, abedules enanos, musgo y macizos de flores
lambagras (Silene acaulis).
No puedo precisar el tiempo de andadura, pero cuando
nos dimos cuenta estábamos en un alto que nos sorprendió con vistas ni por
asomo imaginadas en el trayecto que habíamos recorrido. Arriba a la derecha, montañas cubiertas de
nieve deshaciéndose en torrentes que confluían en dos cañones sin vegetación y
unos colores que iban del negro al blanco en infinidad de matices ocres, rojos,
naranja y amarillos. En el fondo ambas
torrenteras se unían en un río de blanquecinas aguas con tonos esmeralda. Y siguiendo
el curso encallejonado el río se serenaba entre montañas de laderas azules y
verdes. Nuestro camino había de seguir
el todo el cauce avistado desde arriba.
El lecho del río es un mosaico de piedrecitas de mil
colores, más vivos cuando están mojadas, arrancadas a las laderas y redondeadas en su brusco rodar. Nos recibió una pareja de perdiz nival que
nos estuvo observando mientras cambiábamos las botas de montaña por calzado
para andar por el río. Lo vadeamos
varias veces, al menos cinco: cada vez que tomaba una curva y las paredes nos
cerraban el paso. No recuerdo haber
metido nunca los pies en aguas tan frías,
a los cuatro pasos de vadeo ya se te helaban y en los últimos metros
dolían tanto que el corto camino se te hacía eterno. Y luego había que secarlos, tonificarlos y
calentarlos para poder seguir andando.
Continuamos un tramo de un par de kilómetros hasta llegar al terreno más ancho y
abierto junto las montañas verdeazuladas en cuyas proximidades se asentaban
casitas de campo de colores vivos y mástiles con la bandera islandesa. Un camino más amable entre flores de lúpina,
vallados de casitas y árboles algo más crecidos nos devolvió al río en que nos
esperaba el coche.
Tres horas antes el cielo estaba totalmente cubierto
y el paisaje sumido en densa niebla, pero
cuando volvimos al coche el día se mostraba espléndido y solo algunos restos de
nubes se aferraban a las cimas del Vestrahorn
recordando volcanes en actividad. Tras mil
paradas fotográficas llegamos al lado sur del portentoso roquedal que la playa
separaba de un complejo científico-militar cercado en tupida malla. En aquella playa de aguas tranquilas, bordeada
por montañas impresionantes coronadas de nubes, arenas negras y vegetación
escasa y superviviente volví a sentir esa sensación ya vivida en los anteriores
días de viaje. Ignoro si el nombre de
Síndrome de Standal es aplicable, además de al arte, a la contemplación
arrobada de la naturaleza o si recibirá otra denominación, pero sí es cierto
que tanta belleza y majestuosidad me impresionó más que ningún otro espacio o
tiempo en aquellos días en la isla.


Entre el sol bajo por el noroeste que iluminaba
prados con caballos junto al mar y blanqueaba nubes sobre el Vatnajökul, llegamos a Hofn a media tarde. La otra media tarde que nos quedaba la
dedicamos a descansar y relajar en las aguas hirvientes, cálidas, tibias o
frías del complejo de la piscina local que íbamos alternando a capricho. Para usar los servicios de baños públicos, es
obligatorio una ducha previa sin bañador y usando jabón después de la cual puedes acceder a pozas o
piscinas o saunas comunes. El ritual obliga a nueva ducha al terminar. Es muy frecuente que al final de la jornada
laboral confluyan allí colegas y amigos en relajada reunión. Aquella tarde estábamos también un número
considerable de guiris.
Hofn es un pueblo, verde y extenso, abierto al
mar casi por sus cuatro costados, centro
de una zona de mucho interés turístico que mira a Vestrahorn al este y a infinidad de lenguas de glaciares parciales
del gran glaciar Vatnajökul que, de norte a suroeste se precipitan casi hasta
el mar. En la lejanía brumosa de la
tarde conseguimos contar hasta seis diferentes.
El albergue es muy grande, cómodo e internacional. Compartimos cocina y comedor con un grupo de
estudiantes preuniversitarios con sus profesores. En principio oyéndolos me descuadraron un
poco. Hablaban un idioma a la vez familiar
y extraño que me costaba entender. Eran
québequois, francófonos canadienses y su
francés me resultaba complicado a la vez que curioso. Al día siguiente nos volveríamos encontrar en
el desayuno y en Jökulsarlon y otros hitos turísticos de la zona. Las rutas turísticas, tienen eso, nos juntan
y nos separan en leves desfases de lugar y hora.
A última hora, creo que después de las doce, salí
con cámara a tomar las últimas imágenes del día y el lugar. No había mucha luz y las condiciones no eran
las ideales para la fotografía, pero todavía
hice algunas a los que todavía a esa hora jugaban al golf en los links locales
entre mi cámara y las lenguas glaciales del Vanajökul que buscan el mar.
|
No hay comentarios:
Publicar un comentario