Como cada
tarde, el examen comenzaba ya desde la puerta: la llave no estaba puesta y el
portón cerrado evitaba corrientes perniciosas de aire. El pasillo, limpio; sellado en la puerta del
doblado, y entreabierto en la del
dormitorio mostrando la cama hecha.
Mientras le
daba el beso, comprobaba la mesa: el marcapáginas del libro había avanzado a
posición más adelantada; una revista
casi siempre devota soportaba el estuche de las gafas o el monedero y alguna
carta del banco esperaba consulta. Y el pelo: de cuando en cuando las dos bandas
indicaban que pronto tocaba peluquería.
En la ventana el tibio sol de la
tarde se filtraba por entre orquídeas en perpetua primavera.
Entraba, como
inopinadamente, en la cocina: había fruta en la nevera y alguna cerveza para los hijos. Estaba en regla el proyecto de comida para la
cena, y quizás algún servicio de mesa
reposaba en el fregadero… A veces, y sin
ser noviembre, en un rincón de la
encimera titilaba una lamparilla encendida.
- Mamá, ¿quién tiene exámenes estos días?
- Mamá, ¿quién tiene exámenes estos días?
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