Ahora
ya no llueve como entonces. Eran largas
las oscuras mañanas que discurrían lentas entre pitidos de radio mal
sintonizada, el golpear del agua en los cristales, la gotera cayendo sobre el
barreño o la olla, el crepitar del fuego y el borboteo del puchero.
Entre
nubes de hastío, a contraluz de la luz
del fuego en la chimenea, se vislumbraban sentadas dos siluetas en conversación
ininteligible. A veces el tedio se
quebraba con los primeros compases de un cuento
“Cuando
venga el lobo por los corderos – aconsejaba el pastor a su zagalillo – no
tienes que tenerle miedo: adelántate hacia él, asienta bien los pies en el
suelo…”
Ruido
de carreras y chapoteos en la calle convertida en arroyo, voces entrecortadas de apresuramiento. Luz más gris y tenue.
“Entonces,
extiende la mano, con el puño cerrado, mirando, ojo y puño, a la boca abierta
del lobo. Aprovecha la fuerza que trae
en su ataque, mantente firme…”
Los
olores se añadían familiares a la escena: el de la leche que se fue al hervir y
se quema como acre caramelo ajado, el del sempiterno cocido, el del humo del
tabaco. No se movía una pestaña.
“Éntrale la
mano por la boca, sin doblar el codo,
hasta el fondo. Y cuando el puño salga
por el culo de la fiera, abre la mano y agarra con fuerza el rabo…”
En
ese momento el cuento absorbía todo, desaparecían los olores, se volvían sordos
los sonidos y las luces se ensombrecían.
“..y
entonces, con fuerza, tira del rabo, con
todas tus fuerzas, dale la vuelta al animal como si fuera la manga de un jersey, y ponle la piel para adentro y todas las
tripas a la vista. Ya no hay más miedo
al lobo… Así son todos los miedos”
Aunque
era el mismo cuento, el de siempre que llovía, el leve temblor en las bocas
entreabiertas y el brillo sin pestañeo de los ojos redondeaba la trinidad del
asombro en las caras de los niños
-
Anda, Fernando, asómate a la puerta
del patio a ver si viene clareando por Viar – y entre sonrisas -¿un pitillo,
Manuel?
Amigo Manolo, eres un genio. Qué pena que no te prodigues más. Si lo hicieras, los demás aprenderíamos a manejar los sentimientos como lo haces tú a tu antojo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Antonio
Gracias, Antonio. Me halaga tu comentario, máxime siendo tú un auténtico ensamblador de sentimientos en el lenguaje poético.
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