Grundarfjörður es
un pueblo grande, relativamente, en la península de Snaefellsness, con una cierta importancia pesquera y
de salazones. La sal, escasa y difícil en Islandia, parece ser que la importan
de Túnez. Tiene una Iglesia vistosa en la encrucijada
de amplias calles, y debe de ir la cosa de iglesias, porque lo emblemático del pueblo es una enorme montaña, de origen volcánico -aunque a mí me parece fruto de la erosión glaciar- aislada, que llega al mar, y a la
que llaman Kirkjufell (Kirkja, iglesia y
fell, montaña). Curiosamente en Grundarfjörður vimos por primera vez seis o
siete niños rubitos de entre ocho y doce
años jugando tranquilamente por
las calles a una hora algo intempestiva, sobre las once, aunque como ya sabemos
a esa hora es perfectamente de día. Esta idílica escena no volvería a
repetirse en todo el recorrido. Supongo
que en Grundarfjörður habrá una escuela, pero dada la diseminación de la población infantil rural, los niños se escolarizan en internados de lunes a
viernes y pasan los fines de semana en familia.
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Grundarfjörður, a la derecha la montaña Kirkjufell |
El
día amaneció horroroso y así iba a seguir hasta mediada la tarde: un nórdico compendio de niebla, viento y lluvia de esa que los ingleses llamarían misty y en otros lugares calabobo u
orvallo. El proyecto para el día consistía en recorrer todo el contorno de Snaefellsness visitando playas, glaciares, acantilados
con aves marinas y volcanes, programa que cumplimos casi totalmente a pesar del
tiempo.
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Vatnhellir, la cueva del agua y entrada al centro de la Tierra |
Julio
Verne en su "Viaje al Centro de la Tierra" sitúa la entrada para llegar al mismo en Snaefellsness, en unos tubos de lava,
producidos por los gases volcánicos en la lava fundida. Hacia allí nos dirigimos, tras hacer las compras tomar el café y hacer fotos de cascadas y caballos. El tubo de lava recibe el nombre de Vatnhellir
(cueva del agua). Se accede al mismo,
previo pago y colocación de casco de seguridad por unas
escaleras en las que comenzamos a contar escalones y terminamos aburridos, así que eran muchos. El interior, una cueva en la que caían gotas, había estalactitas volcánicas, cristalizaciones diversas
con formas que recordaban sincréticamente
vírgenes, flores o falos. También, y eso lo comprobamos, un agua helada y purísima a base de filtraciones entre la
lava. Había también por allí un esqueleto antiguo de un zorro ártico que se despeñaría y moriría dentro.
Tal vez estaría allí porque el zorro ártico es el único mamífero terrestre oriundo de la isla,
los demás son traídos con la civilización. Julio
Verne tenía razón, porque en un recoveco de la cueva pudimos ver una señal en forma de flecha con un número de cuatro cifras de kilómetros que indicaba "Stromboli". Forzosamente, si el túnel llevaba al Egeo, habría de pasar, sin duda muy cerca del centro de
la tierra.
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Camino a Dritvik y Djúpalónssandur |
Visitar Dritvik y Djúpalónssandur
con buen tiempo debe de ser algo impresionante, pero hacerlo en medio de niebla
y sirimiri aporta una sensación que difícilmente se puede olvidar. Después de dejar el coche y leer la cartelería y cartografía de la zona, nos adentramos en
un campo de lava por un camino bordeado de negras formaciones caprichosas. En menos de mil metros llegamos a la primera
playa, Djúpalónssandur (arenas profundas), un espacio recoleto de
arenas finas y cantos perfectamente redondeados y profundamente negros. Antes de pisar la arena vimos las cuatro piedras
redondeadas que probaban la fuerza de los hombres candidatos a ser contratados
como marineros en los barcos bacaladeros que tenían sede y factoría en esas playas. Las piedras tienen su nombre y peso: 23 kilos
Amlodi, 54 kilos Halfdraettingur, 100 kilos Hálfsterkur y 154 kilos Fullstekur.
Yo hubiese intentado subir la grande pero tenía las manos frías y resbaladizas por la lluvia,
así que recordando mi columna vertebral
hice una foto a alguien que levantó la pequeña.
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Junto a las cuatro piedras |
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Llegando a Djúpalónssandur |
Ya
en la playa vimos los restos del naufragio de un buque inglés cuyo despojos metálicos ocres por la oxidación ponían una nota de color en el negro de la
arena. También había unos troncos que el mar había depositado en la orilla. Desde siempre coníferas canadienses han atravesado el atlántico norte a la deriva y recalado en las costas occidentales de
Islandia. Este hecho era muy celebrado
por los islandeses que, teniendo gran escasez de árboles, utilizaban la madera que el mar les ofrecía para la construcción o como combustible. El mar, envuelto en
nieblas, estaba sorprendentemente calmado ese día.
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Paseo por la playa de Djúpalónssandur |
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De Djúpalónssandur a Dritvik por los acantilados |
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Dritvik, refugio. Sobre el hito de madera en una chapa hay escrito un poema, desgraciadamente indescifrable para mi |
Siguiendo
por el borde del acantilado hacia el norte, en un cuarto de hora se llega a Dritvik, playa similar a la anterior
en cuanto a color de arenas, pero entre rocas ofrece un puerto natural que fue
utilizado por barcos bacaladeros que se asentaron en esta playa donde vivieron
y trabajaron hasta no hace mucho. De esa
actividad hoy no queda en la playa sino algunos restos de piedra junto a
una pequeña laguna.
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Dritvik |
Volviendo a Djúpalónssandur separándose algo del camino y junto al acantilado hay una especie de
laberinto de piedras que semejan algún símbolo ancestral y que era un juego de pescadores
para amenizar los ratos de ocio intentando seguir caminos entre las piedras
para alcanzar el centro. Con varias
entradas y cruces es difícil acertar en el camino
correcto. Claro que en un día como aquel, bien puede servir hacerlo en
contrario, empezar en el centro y conseguir salir: mucho más fácil.
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Laberinto espiral |
Continuamos luego para Lóndragar
santuario de aves marinas en unos acantilados basálticos con unas piedras altas y erguidas en que anidan diferentes
especies en bastante armonía. La abundancia de aves, su vuelo, la imagen de
sus nidos en los acantilados y los sonidos que emiten son el paisaje de este
rincón de la península.
Se pueden ver gaviotas tridáctilas,
araos, krías, alcas tordas y otras cuyos
nombres no conseguiría recordar por mucho que lo
intentara. Como el tiempo seguía poco amable decidimos comer, tomar un café y entrar en calor antes de continuar el
paseo por la zona.
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Lóndragar |
Durante todo el recorrido del día deberíamos de estar viendo el glaciar
y volcán Snaefellsjökull, pero la niebla nos lo ocultó todo el tiempo. Ni siquiera pudimos ver la base de la montaña que vigila el gigante guardián cuya estatua de piedras señala el inicio de un camino entre prados junto
a los acantilados de Hellnar a Arnastapi.
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Paseo de Hellnar a Arnastapi. Al fondo se debería ver el glaciar Sanaefellsjökull |
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Bárdur Sanaefellsás, el gigante guardián de Snaefellsjókull |
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Arco basáltico en el acantilado |
La estatua, hecha de bloques de piedra volcánica representa, según las sagas, a Bárdur Sanaefellsás un gigantón noruego, de los primeros colonos de la isla
que fundó la granja de Laugarbrekka, de la
que hablaremos mañana. El tal Bárdur en un ataque de furia porque, juegos de niños, pusieron a su hija sobre un iceberg que a la deriva llegó hasta Groenlandia, arrojó a sus
sobrinas, las compañeras de juego, por los
acantilados y él desapareció para siempre por entre las nieves del glaciar
donde dicen que aún vaga su espíritu atormentado. Pequeñas playas de roca, arcos de basalto que el mar habría abierto, cuevas e infinidad de aves marinas
se sucedían en un camino agradabilísimo de poco más de una hora y que acabaría en Arnastapi
(roca de águilas) que recoge un pequeño puerto.
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Arnastapi |
Al
poco de subir en el coche el tiempo mejoró algo, cesó la lluvia pero las montañas permanecían ocultas en la niebla. Esta
mejoría nos iba a permitir hacer una
grata visita al Volcán Eldborg (castillo de
fuego) en el istmo de la península. A unos tres kilómetros de la granja de Snorrasstadir, tras sus prados y por un sendero
entre abedules enanos se alcanza la base del volcán. Subiendo no más de doscientos metros se llega al cono
perfecto del volcán perfecto, simétrico, asombrosamente nivelado y redondo y
frente a nosotros, dentro del cono, un bosquecillo de maleza y abedules nacidos
en la lava que dibuja una especie de mapa de Islandia. Las vistas sobre campo de lava de Eldborgarhraun que llega al mar tras un par
de kilómetros son espectaculares.
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Volcán Eldborg |
Camino
de casa en Grundarfjörður, atravesamos la península de sur a norte y en un collado pudimos
ver que por fin entre montañas de nieve y lava salía el sol e inundaba el paisaje con la luz pálida de los eternos atardeceres de aquellos días.
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Recorrido de la jornada |