Pide que el camino sea largo.

Que sean muchas las mañanas de verano

en que llegues -¡con qué placer y alegría!-

a puertos antes nunca vistos

martes, 30 de julio de 2013

MIEDO

Ahora ya no llueve como entonces.  Eran largas las oscuras mañanas que discurrían lentas entre pitidos de radio mal sintonizada, el golpear del agua en los cristales, la gotera cayendo sobre el barreño o la olla, el crepitar del fuego y el borboteo del puchero.

Entre nubes de hastío,  a contraluz de la luz del fuego en la chimenea, se vislumbraban sentadas  dos siluetas en conversación ininteligible.  A veces el tedio se quebraba con los primeros compases de un cuento

“Cuando venga el lobo por los corderos – aconsejaba el pastor a su zagalillo – no tienes que tenerle miedo: adelántate hacia él, asienta bien los pies en el suelo…”

Ruido de carreras y chapoteos en la calle convertida en arroyo,  voces entrecortadas de apresuramiento.  Luz más gris y tenue.

“Entonces, extiende la mano, con el puño cerrado, mirando, ojo y puño, a la boca abierta del lobo.  Aprovecha la fuerza que trae en su ataque, mantente firme…”

Los olores se añadían familiares a la escena: el de la leche que se fue al hervir y se quema como acre caramelo ajado, el del sempiterno cocido, el del humo del tabaco.  No se movía una pestaña.

“Éntrale la mano por la boca,  sin doblar el codo, hasta el fondo.  Y cuando el puño salga por el culo de la fiera, abre la mano y agarra con fuerza el rabo…”

En ese momento el cuento absorbía todo, desaparecían los olores, se volvían sordos los sonidos y las luces se ensombrecían.

“..y entonces, con  fuerza, tira del rabo, con todas tus fuerzas, dale la vuelta al animal como si fuera la manga de un jersey,  y ponle la piel para adentro y todas las tripas a la vista.  Ya no hay más miedo al lobo…  Así son todos los miedos”

Aunque era el mismo cuento, el de siempre que llovía, el leve temblor en las bocas entreabiertas y el brillo sin pestañeo de los ojos redondeaba la trinidad del asombro en las caras de los niños

-         Anda, Fernando, asómate a la puerta del patio a ver si viene clareando por Viar – y entre sonrisas -¿un pitillo, Manuel?

2 comentarios:

  1. Amigo Manolo, eres un genio. Qué pena que no te prodigues más. Si lo hicieras, los demás aprenderíamos a manejar los sentimientos como lo haces tú a tu antojo.
    Un abrazo.

    Antonio

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    1. Gracias, Antonio. Me halaga tu comentario, máxime siendo tú un auténtico ensamblador de sentimientos en el lenguaje poético.

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