Pide que el camino sea largo.

Que sean muchas las mañanas de verano

en que llegues -¡con qué placer y alegría!-

a puertos antes nunca vistos

lunes, 2 de febrero de 2015

ISLANDIA 10.- JÖKULSÁ I LONI


Desembocadura de Jökulsá i Loni.  Al fondo, Vastrahorn



     El título de cada una de estas jornadas islandesas viene a sintetizar o a poner en relieve un hito o un lugar o un momento o unas sensaciones.  Acomodarle una etiqueta a la jornada décima ha sido difícil:  no sé el nombre del cañón de aguas heladas y colores increíbles que recorrimos a pie (tal vez Lambafell o Stafefell), las vistas de los últimos tramos del río Jökulsá i Loni fueron sorprendentes y Vestrahorn, aquella tarde luminosa, tenía esas majestuosidad inefable que solo se da en los paisajes mágicos.  Quede como título, pues, el nombre del río que de alguna manera une esos tres espacios.

Bahía en el Berufjörður


Dejamos atrás Berunes con su casa típica islandesa, su pequeña iglesia, su cementerio familiar y su playa y bordeando el Berufjörður proseguimos rumbo al sur.  Pronto dos paradas:  la primera en una pequeña bahía entre nieblas con un puerto abandonado y un hito que recordaba a una fotógrafa pionera en las fotos de paisajes islandeses y la segunda por una manada de renos a pocos metros de la carretera.  Habíamos preguntado al guía si veríamos renos por esa parte de la isla que es su hábitat más habitual y nos dijo que probablemente no, por la fecha, porque no nos desviaríamos de la carretera y porque son reservados en sus costumbres.  Pero allí estaban entre vigilantes y recelosos.  Con mucha precaución conseguimos acercarnos lo suficiente como para no molestarlos y poder tomar alguna foto.

 



 



El café y las compras del día fueron en Djúpovogur, un pueblo no muy grande, pero con todos los servicios y un pequeño puerto.  La cafetería se adornaba con una colección exhaustiva de magníficas fotos de aves nórdicas y algunas de paisajes costeros.  Entre las fotos y el hecho de que por el mismo precio se pudiera repetir café, que no estaba malo, y que, de paso, te calentaba las manos, hicieron que nos demoráramos un rato antes de vagar un poco por los alrededores del puerto.


 

Después, en ruta paramos en otra playa de roca de lava de colores, arenas negras aves marinas,  pero llovía, llovía de nuevo y las nubes bajas te robaban el paisaje por lo que seguimos en coche bordeando la costa y dejando atrás los fiordos.




 

En Stafafell dejamos la Hringugurinn (carretera circular uno) y nos adentramos por la derecha en el cauce del Jökulsá i Loni, río que toma sus aguas del deshielo del Vatnajökul.  Un par de kilómetros más arriba dejamos el coche y provistos de mochila y ropa impermeable, nos echamos a andar.  Tomamos a la derecha el cauce de un afluente que bajaba entre piedras crecido por el deshielo por lo que pronto tuvimos que vadearlo.  Algo más arriba lo dejamos y subimos laderas a la derecha en dirección este.  Cruzamos varios arroyos que bajaban de las montañas cubiertas de nieve que se alzaban a nuestra derecha y ríos que corrían por la izquierda.  Andábamos sin caminos, campo a través como siempre entre sauces lanudos, abedules enanos, musgo y macizos de flores lambagras (Silene acaulis).






 

No puedo precisar el tiempo de andadura, pero cuando nos dimos cuenta estábamos en un alto que nos sorprendió con vistas ni por asomo imaginadas en el trayecto que habíamos recorrido.  Arriba a la derecha, montañas cubiertas de nieve deshaciéndose en torrentes que confluían en dos cañones sin vegetación y unos colores que iban del negro al blanco en infinidad de matices ocres, rojos, naranja y amarillos.  En el fondo ambas torrenteras se unían en un río de blanquecinas aguas con tonos esmeralda. Y siguiendo el curso encallejonado el río se serenaba entre montañas de laderas azules y verdes.  Nuestro camino había de seguir el todo el cauce  avistado desde arriba.

 



 



 

El lecho del río es un mosaico de piedrecitas de mil colores, más vivos cuando están mojadas, arrancadas a las laderas y  redondeadas en su brusco rodar.  Nos recibió una pareja de perdiz nival que nos estuvo observando mientras cambiábamos las botas de montaña por calzado para andar por el río.  Lo vadeamos varias veces, al menos cinco: cada vez que tomaba una curva y las paredes nos cerraban el paso.  No recuerdo haber metido nunca los pies en aguas tan frías,  a los cuatro pasos de vadeo ya se te helaban y en los últimos metros dolían tanto que el corto camino se te hacía eterno.  Y luego había que secarlos, tonificarlos y calentarlos para poder seguir andando.  

 






 


Continuamos un tramo de un par de kilómetros hasta llegar al terreno más ancho y abierto junto las montañas verdeazuladas en cuyas proximidades se asentaban casitas de campo de colores vivos y mástiles con la bandera islandesa.  Un camino más amable entre flores de lúpina, vallados de casitas y árboles algo más crecidos nos devolvió al río en que nos esperaba el coche.



 



 



Tres horas antes el cielo estaba totalmente cubierto y el paisaje sumido en densa niebla,  pero cuando volvimos al coche el día se mostraba espléndido y solo algunos restos de nubes se aferraban a las cimas del Vestrahorn recordando volcanes en actividad.  Tras mil paradas fotográficas llegamos al lado sur del portentoso roquedal que la playa separaba de un complejo científico-militar cercado en tupida malla.  En aquella playa de aguas tranquilas, bordeada por montañas impresionantes coronadas de nubes, arenas negras y vegetación escasa y superviviente volví a sentir esa sensación ya vivida en los anteriores días de viaje.  Ignoro si el nombre de Síndrome de Standal es aplicable, además de al arte, a la contemplación arrobada de la naturaleza o si recibirá otra denominación, pero sí es cierto que tanta belleza y majestuosidad me impresionó más que ningún otro espacio o tiempo en aquellos días en la isla.


 






 


Entre el sol bajo por el noroeste que iluminaba prados con caballos junto al mar y blanqueaba nubes sobre el Vatnajökul,  llegamos a Hofn a media tarde.  La otra media tarde que nos quedaba la dedicamos a descansar y relajar en las aguas hirvientes, cálidas, tibias o frías del complejo de la piscina local que íbamos alternando a capricho.  Para usar los servicios de baños públicos, es obligatorio una ducha previa sin bañador y usando jabón  después de la cual puedes acceder a pozas o piscinas o saunas comunes. El ritual obliga a nueva ducha al terminar.  Es muy frecuente que al final de la jornada laboral confluyan allí colegas y amigos en relajada reunión.  Aquella tarde estábamos también un número considerable de guiris.

 


 
Hofn es un pueblo, verde y extenso, abierto al mar casi por sus cuatro costados,  centro de una zona de mucho interés turístico que mira a Vestrahorn al este y a infinidad de lenguas de glaciares parciales del gran glaciar Vatnajökul que, de norte a suroeste se precipitan casi hasta el mar.  En la lejanía brumosa de la tarde conseguimos contar hasta seis diferentes.  El albergue es muy grande, cómodo e internacional.  Compartimos cocina y comedor con un grupo de estudiantes preuniversitarios con sus profesores.  En principio oyéndolos me descuadraron un poco. Hablaban un idioma  a la vez familiar y extraño que me costaba entender.  Eran québequois,  francófonos canadienses y su francés me resultaba complicado a la vez que curioso.  Al día siguiente nos volveríamos encontrar en el desayuno y en Jökulsarlon y otros hitos turísticos de la zona.  Las rutas turísticas, tienen eso, nos juntan y nos separan en leves desfases de lugar y hora.





A última hora, creo que después de las doce, salí con cámara a tomar las últimas imágenes del día y el lugar.  No había mucha luz y las condiciones no eran las ideales para la fotografía,  pero todavía hice algunas a los que todavía a esa hora jugaban al golf en los links locales entre mi cámara y las lenguas glaciales del Vanajökul que buscan el mar.
 







viernes, 23 de enero de 2015

ISLANDIA 9. HERDUBREID


Herðubreið , anchos hombros.


Túnfífill, diente de león en el área del Myvatn

     El día presentaba un intenso programa de muchos kilómetros y horas y a las las nueve, estábamos en el coche para retomar la carretera hacia el este.  El cielo limpio nos prometía hermosas y largas vistas entre el desierto del norte y los fiordos del este.  La carretera dejó a la izquierda las desviaciones para Dettifoss y el puente sobre Jökulsá á Fjiollum.
Desierto de Ódáðahraun
Ódáðahraun y la montaña Herðubreið 

     A la derecha se extendía el terrible Desierto de Ódáðahraun, cien kilómetros a la redonda de lava, arenas volcánicas y blanquecinos ríos procedentes del otro gran desierto helado del sur, el inmenso glaciar Vatnajökull.  Y en medio del desierto de lava, Herðubreið la montaña emblemática de Islandia, con un enorme cono de nieve sobre su meseta nos recordaba la carpa de un circo o un pastel de cumpleaños cubierto de nata.  Herðubreið es otro volcán tuya que erupcionó en el Pleistoceno bajo una gruesa capa de hielo de varios centenares de metros que aplanaron su superficie  superior y que otra erupción posterior,  con menor volumen de hielo sobre ella, formó el cono que lo sube hasta  1682 metros.  No tiene una gran altura pero su ascensión, aparentemente asequible, es bastante difícil.  Su nombre viene a significar “anchos hombros o ancha espalda” y su contemplación se vuelve hipnótica desde muchos puntos de la carretera Uno desde los que es visible en medio del desierto de lava de Ódáðahraun desde Myvatn hasta Egilsstaðir.  Su acceso, es complicado, por las carreteras 88 o la 905, cada una por una margen del Jökulsá á Fjiollum cuyos afluentes hay que vadear.
Gloria ante el Herðubreið
     Ódáðahraun significa “campo de lava de los bandidos”  debido a los múltiples casos de proscritos que se autodesterraban en él huyendo de la justicia y allí pasaban ocultándose de sus perseguidores los veinte años que habían de transcurrir para que su delito prescribiese.  Entre las leyendas de esos proscritos destaca la de Fjalla Svindur (Svindur de la montaña) y su esposa Halla que vivieron, en el siglo VIII, veinte años de sus vidas en estas regiones entre robos, asaltos, detenciones, huidas y reencuentros ocultándose largos inviernos en glaciares y cuevas, alimentándose a veces de la carne de su caballo o de las raíces de la angélica (Angelica  archangelica) planta nacional de Islandia en las cercanías del Herðubreið o el cercano oasis de Herðubreiðarlindir.  Esta historia la cuenta el cineasta sueco Victor Sjöström en su película “El fuera de la ley y sus esposa” en la que se canta una de las más famosas y trágicas nanas islandesas “ Sofðu agnu astin min” (duerme, pequeño amor) que canta Hella antes de arrojar a su hijo a una cascada. Se pueden ver sendos videos en estos enlaces:

Un alto en la carretera
     El viaje continuó por la carretera Uno entre múltiples paradas para fotografiar el  Herðubreið, las montañas, los neveros o los torrentes hasta llegar a Egilsstaðir, la capital del este de la isla y en muchos días de viaje el primer lugar con calidad de ciudad mediana.  Eggilstaðir se nos presentaba esa mañana luminosa como una ciudad amable, moderna, verde, ordenada y civilizada.  Tras días de  impresionante, salvaje y solitaria naturaleza veíamos de nuevo un buen número de edificios agrupados, calles, avenidas coches, tiendas,cafeterías y sobre todo gente.  Aprovechamos para reabastecer la despensa, para comprar tarjetas de memoria para las cámaras, que las otras estaban llenas de fotos, pasear por la ciudad y tomar un café, que nos sirvió una chica de preciosos ojos verdes (Pretty Eyes),   al tiempo que nos enterábamos de la abdicación del rey Juan Carlos.

Subiendo a Hengifoss.  La cascada se ve al fondo, casi en el centro, un poco a la izquierda en un cortado más oscuro.  A su izquierda otras cascadas más pequeñas
Impresionante Hengifoss
     Continuamos conduciendo hacia el sur por la margen izquierda del lago Lagarfljot  y tras unos kilómetros nos dispusimos a hacer un paseo de un par de horas o tres para ver la cascada de Hengifoss.  En la subida, algo exigente, no sabes si mirar a tu derecha y ver el impresionante torrente con pequeños arcoíris entre piedras ocres, buscar  a la izquierda otras cascadas más pequeñas, descubrir al frente la majestuosidad de Hengifoss o descansar la vista mirando a tu espalda el lago Lagarfljot y las verdes praderas entre las que discurren los meandros del río que baja de Vatnajökull.  Tras vadear el torrente varias veces se llega al pie de la cascada de deja caer desde ciento treinta metros y entre paredes estratificadas de diferentes ocres un volumen majestuoso de agua y carámbanos que forma en el punto de caída un enorme cono de hielo en el que el agua líquida rebota y forma espléndidos arcoíris.  La subida y el largo paseo hacen que no sea una cascada muy visitada, nosotros solo coincidimos con otras cuatro personas,  pero la soledad del trayecto, el fragor del torrente y la majestuosidad de la cascada hacen que Hengifoss sea una de las visitas que considero imprescindibles. Nuestro vídeo de la cascada en el siguiente enlace:

Hengifoss


     El lago Lagarfljot, se nutre del Jökulsá i Fljótsdal que baja  del Glaciar Vatnajökull.  Además de sus propias  aguas recibe otras desviadas en grandes obras de ingeniería para aprovechamiento hidráulico.  Eso ha hecho que el lago recoja más aporte sólido, arenas y cenizas volcánicas que han cambiado drásticamente y para mal las condiciones ecológicas de la zona.  Como el lago Ness, este también tiene su monstruo, el Lagatfljotsormurinn, que también debe de estar sufriendo este atentado ecológico.

Ovejas pastando con vistas a los meandros del Jökulsá i Fljótsdal junto al lago Lagarfljót
En el otro margen del lago está el mayor bosque de Islandia, el Hallormsstaðsrskógur, con coníferas y abedules de buen tamaño para lo que se ve en las isla.  Recorrimos el bosque cabalgando, primero  a paso normal y luego a veces a ese trotecillo especial que tienen los caballos islandeses.

Valle de Breiddalsvik y la Carretera Uno
Valle de Breiddalsvik
     De nuevo en marcha, bajamos por el valle glaciar de Breiddalsvik buscando los fiordos más septentrionales del este.  La carretera una por estos valles está sin asfaltar en muchos tramos y la velocidad ha de ser reducida.  Tanto mejor:  los paisajes entre montañas nieve y niebla son impresionantes.  Justo llegando a la costa el cielo se nubló por completo y el paisaje se metió entre nieblas.  Así llegamos a Berunes, un pueblecito-granja en que había un alojamiento con un encantador aire islandés de principiso del siglo XX en el que nos alojamos.  El conjunto lo componían un total de ocho o diez casas diseminadas, un lugar para acampadas, una iglesia de madera y adosada a ella un cementerio casi familiar.  Todo ello en medio de un prado al lado de las playas pedregosa que da vista a la isla de Papey cuyo nombre le viene de los frailes papar que se establecieron en ella desde los primeros tiempos de la colonización allá por el siglo X.

Berunes, albergue, iglesia y cementerio

Como quedaba algo de tarde, entre la niebla nos bajamos a la playa  en la que anida multitud de aves marinas especialmente eider y krías y  en cuyos bordes florecen el Taraxacum, diente de león (túnfífill) , la Armeria marítima (geldingahnappur) y el Plantago marítima (kattartunga).


Mapas del recorrido entre Myvatn y Berunes