Pide que el camino sea largo.

Que sean muchas las mañanas de verano

en que llegues -¡con qué placer y alegría!-

a puertos antes nunca vistos

martes, 21 de octubre de 2014

ISLANDIA 3: SNAEFELLSNESS

 Grundarfjörður es un pueblo grande, relativamente, en la península de Snaefellsness, con una cierta importancia pesquera y de salazones.  La sal, escasa y difícil en Islandia, parece ser que la importan de Túnez.  Tiene una Iglesia vistosa en la encrucijada de amplias calles, y debe de ir la cosa de iglesias, porque lo emblemático del pueblo es una enorme montaña, de origen volcánico -aunque a mí me parece fruto de la erosión glaciar- aislada, que llega al mar, y a la que llaman Kirkjufell (Kirkja, iglesia y  fell, montaña).  Curiosamente en Grundarfjörður vimos por primera vez seis o siete niños rubitos de entre ocho y doce años jugando tranquilamente por las calles a una hora algo intempestiva, sobre las once, aunque como ya sabemos a esa hora es perfectamente de día.  Esta idílica escena no volvería a repetirse en todo el recorrido.  Supongo que en Grundarfjörður habrá una escuela, pero dada la diseminación de la población infantil rural, los niños se escolarizan en internados de lunes a viernes y pasan los fines de semana en familia.
Grundarfjörður, a la derecha la montaña Kirkjufell

     El día amaneció horroroso y así iba a seguir hasta mediada la tarde: un nórdico compendio de niebla, viento y lluvia  de esa que los ingleses llamarían misty y en otros lugares calabobo u orvallo.  El proyecto para el día consistía en recorrer todo el contorno de Snaefellsness visitando playas, glaciares, acantilados con aves marinas y volcanes, programa que cumplimos casi totalmente a pesar del tiempo.
 Vatnhellir, la cueva del agua y entrada al centro de la Tierra

     Julio Verne en su "Viaje al Centro de la Tierra"  sitúa la entrada para llegar al mismo en Snaefellsness, en unos tubos de lava, producidos por los gases volcánicos en la lava fundida.  Hacia allí nos dirigimos, tras hacer las compras tomar el café y hacer fotos de cascadas y caballos.  El tubo de lava recibe el nombre de Vatnhellir (cueva del agua).  Se accede al mismo, previo pago y colocación de casco de seguridad por unas escaleras en las que comenzamos a contar escalones y terminamos aburridos, así que eran muchos.  El interior, una cueva en la que caían gotas, había estalactitas volcánicas, cristalizaciones diversas con formas que recordaban sincréticamente vírgenes, flores o falos.  También, y eso lo comprobamos, un agua helada y purísima a base de filtraciones entre la lava.  Había también por allí un esqueleto antiguo de un zorro ártico que se despeñaría y moriría dentro.  Tal vez estaría allí porque el zorro ártico es el único mamífero terrestre oriundo de la isla,  los demás son traídos con la civilización.  Julio Verne tenía razón, porque en un recoveco de la cueva pudimos ver una señal en forma de flecha con un número de cuatro cifras de kilómetros que indicaba "Stromboli".  Forzosamente, si el túnel llevaba al Egeo, habría de pasar, sin duda muy cerca del centro de la tierra.
Camino a Dritvik y Djúpalónssandur

     Visitar Dritvik y Djúpalónssandur con buen tiempo debe de ser algo impresionante, pero hacerlo en medio de niebla y sirimiri aporta una sensación que difícilmente se puede olvidar.   Después de dejar el coche y leer la cartelería y cartografía de la zona, nos adentramos en un campo de lava por un camino bordeado de negras formaciones caprichosas.  En menos de mil metros llegamos a la primera playa, Djúpalónssandur (arenas profundas), un espacio recoleto de arenas finas y cantos perfectamente redondeados y profundamente negros.   Antes de pisar la arena vimos las cuatro piedras redondeadas que probaban la fuerza de los hombres candidatos a ser contratados como marineros en los barcos bacaladeros que tenían sede y factoría en esas playas.  Las piedras tienen su nombre y peso: 23 kilos Amlodi, 54 kilos Halfdraettingur, 100 kilos Hálfsterkur y 154 kilos Fullstekur.  Yo hubiese intentado subir la grande pero tenía las manos frías y resbaladizas por la lluvia, así que recordando mi columna vertebral hice una foto a alguien que levantó la pequeña.  
Junto a las cuatro piedras
Llegando a Djúpalónssandur   

     Ya en la playa vimos los restos del naufragio de un buque inglés cuyo despojos metálicos ocres por la oxidación ponían una nota de color en el negro de la arena.   También había unos troncos que el mar había depositado en la orilla.  Desde siempre coníferas canadienses han atravesado el atlántico norte a la deriva y recalado en las costas occidentales de Islandia.  Este hecho era muy celebrado por los islandeses que, teniendo gran escasez de árboles, utilizaban la madera que el mar les ofrecía para la construcción o como combustible. El mar, envuelto en nieblas, estaba sorprendentemente calmado ese día.
Paseo por la playa de Djúpalónssandur
De Djúpalónssandur a Dritvik por los acantilados

Dritvik, refugio.  Sobre el hito de madera
en una chapa hay escrito un poema,
 desgraciadamente indescifrable para mi



     Siguiendo por el borde del acantilado hacia el norte, en un cuarto de hora se llega  a Dritvik, playa similar a la anterior en cuanto a color de arenas, pero entre rocas ofrece un puerto natural que fue utilizado por barcos bacaladeros que se asentaron en esta playa donde vivieron y trabajaron hasta no hace mucho.  De esa actividad hoy no queda en la playa sino algunos restos de piedra junto a una  pequeña laguna. 
Dritvik

     Volviendo a Djúpalónssandur  separándose algo del camino y junto al acantilado hay una especie de laberinto de piedras que semejan algún símbolo ancestral y que era un juego de pescadores para amenizar los ratos de ocio intentando seguir caminos entre las piedras para alcanzar el centro.  Con varias entradas y cruces es difícil acertar en el camino correcto.  Claro que en un día como aquel, bien puede servir hacerlo en contrario, empezar en el centro y conseguir salir: mucho más fácil.
Laberinto espiral

     Continuamos luego para Lóndragar santuario de aves marinas en unos acantilados basálticos con unas piedras altas y erguidas en que anidan diferentes especies en bastante armonía.  La abundancia de aves, su vuelo, la imagen de sus nidos en los acantilados y los sonidos que emiten son el paisaje de este rincón de la península.  Se pueden ver gaviotas tridáctilas, araos, krías, alcas tordas y otras cuyos nombres no conseguiría recordar por mucho que lo intentara.  Como el tiempo seguía poco amable decidimos comer, tomar un café y entrar en calor antes de continuar el paseo por la zona.
Lóndragar

     Durante todo el recorrido del día deberíamos de estar viendo el glaciar y volcán Snaefellsjökull, pero la niebla nos lo ocultó todo el tiempo.  Ni siquiera pudimos ver la base de la montaña que vigila el gigante guardián cuya estatua de piedras señala el inicio de un camino entre prados junto a los acantilados de Hellnar a Arnastapi.  
Paseo de  Hellnar a Arnastapi.  Al fondo se debería ver el glaciar Sanaefellsjökull



 Bárdur Sanaefellsás, el gigante guardián de Snaefellsjókull
Arco basáltico en el acantilado

     La estatua, hecha de bloques de piedra volcánica representa, según las sagas, a Bárdur Sanaefellsás un gigantón noruego, de los primeros colonos de la isla que fundó la granja de Laugarbrekka, de la que hablaremos mañana.  El tal Bárdur en un ataque de furia porque, juegos de niños, pusieron a su hija sobre un iceberg que  a la deriva llegó hasta Groenlandia, arrojó a sus sobrinas, las compañeras de juego, por los acantilados y él desapareció para siempre por entre las nieves del glaciar donde dicen que aún vaga su espíritu atormentado.  Pequeñas playas de roca, arcos de basalto que el mar habría abierto, cuevas e infinidad de aves marinas se sucedían en un camino agradabilísimo de poco más de una hora y que acabaría en Arnastapi (roca de águilas) que recoge un pequeño puerto.
Arnastapi

     Al poco de subir en el coche el tiempo mejoró algo, cesó la lluvia pero las montañas permanecían ocultas en la niebla.  Esta mejoría nos iba a permitir hacer una grata visita al Volcán Eldborg (castillo de fuego) en el istmo de la península.  A unos tres kilómetros de la granja de Snorrasstadir, tras sus prados y por un sendero entre abedules enanos se alcanza la base del volcán.  Subiendo no más de doscientos metros se llega al cono perfecto del volcán perfecto, simétrico, asombrosamente nivelado y redondo y frente a nosotros, dentro del cono, un bosquecillo de maleza y abedules nacidos en la lava que dibuja una especie de mapa de Islandia.  Las vistas sobre campo de lava de  Eldborgarhraun que llega al mar tras un par de kilómetros son espectaculares.
Volcán Eldborg

     Camino de casa en Grundarfjörður, atravesamos la península de sur a norte y en un collado pudimos ver que por fin entre montañas de nieve y lava salía el sol e inundaba el paisaje con la luz pálida de los eternos atardeceres de aquellos días. 


Recorrido de la jornada

1 comentario:

  1. Paciencia , el tiempo en los países nórdicos , muchas veces no acompaña, aunque veo que en Islandia es peor que en la zona de Escandinavia, bonito relato , Islandia debe ser muy diferente al resto de países, una especie de Lanzarote aislada casi en en el Círculo Glacial Ártico.

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